La primera vez que me pagaron por una crónica escribí sobre la marcha gay en la Ciudad de México. Eran mis tiempos de universitario, cuando hice un llamado para sentar las bases del Periodismo Mágico, y nadie respondió, así que lo tuve que intentar yo solo. Relatos como el que sigue son los primeros ejemplos de este ensayo que terminó por ser un sueño truncado más.
Siempre he tenido problemas con los títulos de mis relatos, periodísticos o de ficción, y con los finales, así que sean misericordiosos a la hora de comentar, porque espero sus comentarios.
Sin más, los dejo que lean…
Una crónica para siete colores que unifican
El joven se mira nervioso. Mueve la cabeza de un lado a otro, de arriba abajo. Suspira. Los músculos se miran rígidos, cubiertos por estas ropas fundidas con la piel.
Camina aprisa, tomando de la mano a otro vestido igual. Los cabellos endurecidos por el gel, las gafas negras en la mano libre. La mirada, la mirada que va de un lado a otro, un tanto sorprendida; y la pregunta, una voz melodiosa, que por momentos empalaga:
--De dónde saldrán tantos maricones, tú
Y la sonrisa que abre paso a la carcajada. Apúrate, apúrate que se nos va. Y en este apurarse ya no escuchan los chiflidos de estos vendedores ambulantes, estos hombres que terminarán roncos de tanto chiflar y de tanto gritar piropos.
Mejor lugar para reunirse no pudieron escoger. El Ángel de la Independencia extiende las alas y deja ver sus senos firmes. Entonces es ángela. La duda permanecerá mientras no caiga el velo que cubre la parte baja del cuerpo. Quizás sea todos los sexos al mismo tiempo.
¿Para quién es la corona de olivo que extiende? No es para Porfirio Díaz, el Ángel recuerda bien el número cuarenta y uno. ¿Acaso es para el hombre entre los hombres: el macho mexicano, nacido en medio de la Revolución Mexicana? El Ángel nació un poco antes. ¿Quién merece el máximo honor? ¿La selección mexicana de fútbol? ¿Los líderes políticos? ¿Los sociales? ¿Aquel que logre reunir más gente alrededor del ángel? ¿Sólo uno la merece?
Este día el Ángel no parece ser punto de reunión para una marcha de protesta, de reclamo. Esto parece una fiesta. Es una fiesta. Toda la alegría del mundo parece estar reunida en este punto.
Habrá uno que diga, y de verdad lo crea, Yo soy homosexual y no estoy de acuerdo con esta marcha. Dirá que es una exhibición, dirá que estos cuerpos desnudos, estos cuerpos pintados, estos cuerpos disfrazados, estos cuerpos transformados, estos cuerpos son un simple show. Dirá que el resto del año no andan así y que por eso hoy salen así, así nada más, a exhibirse.
Y habrá miles que le respondan, y lo crean como verdad, Así andamos porque, efectivamente, hoy es un día especial. Las mejores ropas, el maquillaje más caro se usan para la mejor ocasión. No todos los días son de gala. Y aquí no viene a exhibirse el cuerpo, aquí se viene a exhibir el orgullo, ese sí, para que vean, se muestra sin pudor alguno, se grita y se siente. Y a eso se viene a esta fiesta.
Y aquel que dice que es una simple marcha, aquel que se ofende, que se quede allá, bien metido en el clóset. Aquí hace falta, es cierto, pero tampoco se le extraña.
A la glorieta del Ángel la rodea una valla metálica. Las autoridades dirán que es para protegerlo de posibles pintas. Mentira. Le han puesto esta barrera para impedir que escape y se una a la marcha. Tienen miedo que también grite, y muy fuerte, que exija derechos iguales para todos, sin importar sus diferencias.
Detrás de la victoria alada están los vehículos que participarán en la marcha. Tráileres y camionetas, cada uno con su respectivo equipo de sonido. Ahí están, también, los que vinieron a apoyar a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres. Tampoco faltan aquellos que se toman la foto del recuerdo.
Pasada la una de la tarde los vehículos comienzan a moverse. Lentamente van avanzando sobre la avenida, muy adornados con globos y banderas que muestran los colores del arco iris gay. Pero son ellos y ellas quienes atraen la mirada; ese tatuaje justo ahí, donde la espalda deja paso a los malos e inmorales pensamientos. Son esas caderas que se mueven con una especie de furia alegre; esos senos que rebotan en el aire y que obligan a las miradas a hacer bizcos; esas piernas velludas, que se endurecen y se ablandan mientras caminan; esos torsos musculosos, con un par de alas pegadas; esa sonrisa, coqueta, que contagia.
Allá va un tráiler que lleva hombres musculosos. Cubierta la parte más íntima, sólo eso. Hay también un individuo que pretende burlarse del Ejército Zapatista de Liberación Nacional; se ha puesto un pasamontañas y viste como si tratara de imitar al subcomandante Marcos. Y ahí está, moviéndose entre estos hombres musculosos, micrófono en mano. Es el homosexual que la televisión mexicana ha propuesto desde siempre. Un ser que se acobarda ante todo, que se derrite ante la cercanía de aquellos que, por sus músculos, debieran ser los más machos esta tarde. Ahí está ese individuo, mirando a la cámara de televisión, haciendo gestos y movimientos que sólo en él se verán, diciendo, con toda intención, que homosexual es sinónimo de cobardía. Y habrá uno que, indignado, le conteste, No, señor cómico de la televisión, esos que usted llama mariquitas, afeminados, putos, esos mismos, fíjese usted, hace rato que nos están dando lecciones de fortaleza.
El que emprende la búsqueda del primer contingente, aquel que va abriendo el paso, la vanguardia, dirán unos, camina rápido. A veces sobre la avenida, a ratos por las banquetas, donde están los que miran y los que apoyan, aunque no marchen. Y donde están, también, los que no lo pueden creer; los que miran y sonríen, los que escuchan perturbados los piropos de estos que marchan muy contentos, no como otros marchistas, que van muy encabronados a exigir cuentas al Gobierno. No, estos vienen hasta bailando de tan felices que son y sí, a veces se les sale uno que otro insulto, y cómo no, si aquellos de allá arriba, allá tan arriba que parece que viven en otro país, no tienen tiempo para estos que marchan muy felices y contentos.
Hay un espacio de cien metros donde la marcha se separa. Unos ya van caminando sobre 5 de mayo y los demás apenas vienen junto a la Alameda Central. Así, caminando sin prisa alguna, uno puede escuchar el murmullo de voces: Que sí, que no, que cómo chingados no, que mira, ya volvimos a salir, ay sí, qué bonito vestido, mira, tú, así se viste la Thalía, ay, qué comen los pajaritos, sí, cómo no, ándale, Pinocho, dime más mentiras, ándale, unas poquitas y ya, sí, sí, ¿sí?
Sí. Aquel hombre ya presenta rasgos de calvicie. Viste un pantalón de color azul marino y calza zapatos negros; una sudadera vieja, sucia, lo cubre del frío; sobre la espalda carga una mochila, también azul. En su mano izquierda lleva una botella de plástico, con un líquido oscuro, mezcla de alcohol y refresco de cola. Camina al lado de una de ojitos rasgados, que apenas puede caminar con su falda bien ceñida a la cadera, a las piernas, a las pantorrillas. El hombre le habla al oído, está muy alcoholizado, ella lo rechaza, él se da cuenta y comienza a bailar, a caminar de aquí para allá, a punto de caerse, gritando, gritando fuerte, No a la discriminación, no a la discriminación; luego vuelve con ella, se le acerca, la mira de frente, la rodea, la quiere abrazar, y sigue con su baile y con su grito, No a la discriminación...
No. Está muchedumbre no está reunida, aquí, frente a Catedral, para encender una hoguera. Hay las miradas libidinosas, es cierto; pero no hay nariz que busca el olor a carne quemada de inmorales, de faltos a la decencia y las buenas costumbres. Hay, también, ocho jóvenes que levantan sus cartulinas, No a la violencia, dicen, Sí a una juventud con valores y principios. Y hay otros que les recomiendan, por su seguridad, que se retiren. Pero estos prefieren quedarse. Uno de ellos creerá que su tatuaje de cruz gamada en el brazo le blanquea la piel; otro pensará que su cadena colgando del cuello, con una suástica, le dará treinta centímetros más a su metro y medio de estatura. Si estos neohitlerianos tuvieran la ocurrencia de ir a alguna convención de juventudes fascistas, no cubrirían los requisitos de la pureza aria. Pero creen que la cabeza rasurada les ha otorgado una superioridad en todos los aspectos, y hacen un llamado a respetar la moral y las buenas costumbres.
Alguien les pide que se retiren. Váyanse, de verdad, a predicar sus valores y sus principios a otra parte. Estos rostros, con el maquillaje escurriendo junto con el sudor, no les van a hacer caso. Ha sido una larga marcha, una vida entera, la que los ha traído aquí. Váyanse ustedes, dejen que estos rostros disfruten de su fiesta, que ya se mira allá, en el escenario, uno de tantos grupos musicales que han venido a amenizar este festejo; ya se miran, allá abajo, tantos más que han venido a disfrutar, también, de esta demostración del orgullo lésbico gay transgénero, bisexual, anexas y conexas.
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